Jacinta nos dejó en el capítulo anterior con la incertidumbre de lo que pasó en el monte. Y sobre todo, la duda de quién podría ser el misterioso Bartolo con el que se despidió de Karmentxu. Solo leyendo esta historia de Jacinta lo podremos desvelar.
Karmentxu salió muy puntual de casa, no quería perderse la continuación de la historia de Jacinta. Y sobre todo, quería saber quién podría ser Bartolo...
El día anterior llegó tarde a todos los recados y quehaceres por escuchar las simpáticas historias de Jacinta. Este día se había levantado más temprano y tenía casi todos los quehaceres preparados y en orden para estar más tranquila y poder deleitarse con la historia que Jacinta tenía preparada.
El horario de encuentro de las dos mujeres no era fijo pues cada una de ellas llevaba una vida muy diferente a la de la otra. Jacinta, era una mujer mayor y su vida transcurría con la calma y tranquilidad que dan los años. Karmentxu era una joven en la flor de la vida, inquieta y con ganas de aprender. Las dos mujeres se llevaban muy bien y sus conversaciones eran amenas, variadas y sobre todo muy entretenidas.
Al principio se encontraban de vez en cuando y por casualidad, sobre todo al hacer la compra de la mañana. En la actualidad también era "por casualidad", por lo que las dos mujeres hacían todo lo posible para que el encuentro coincidiese hacia las 11 de la mañana y así darles tiempo para conversar un rato y hacer la compra.
Cuando Karmentxu salió de su casa, Jacinta ya estaba frente a la puerta esperándola sonriente. El día era precioso, el cielo estaba azul y el Sol lucía plenamente. Jacinta vestía a tono con el esplendor del día. Su atuendo se componía de un blusón de flores multicolores con ribetes negros que iban a juego con unos vaporosos pantalones. No faltaba su bolso cruzado, su sombrero y sus gafas de sol. Elegante como siempre.
Se sonrieron y sin mediar más palabras Jacinta continuó con la historia del día anterior.
"Como te decía ayer, mi primo Ambrosio y yo, aburridos de no hacer nada, nos fuimos a dar una vuelta por el monte mientras los demás quedaban dormitando la siesta. Nosotros éramos personas inquietas y que nos gustaba andar e investigar por el monte.
Caminábamos a buen paso pues los dos estábamos acostumbrados a las caminatas en montaña. Mi primo era muy dicharachero y siempre tenía muchas cosas para contar así como chistes. El día era muy limpio con lo que el paisaje era majestuoso y podíamos ver montañas muy lejanas. El monte estaba muy vestido y frondoso pues este invierno había sido completo en nieves y lluvias.
Yo siempre me detenía a mirar la cantidad de flores multicolores que había por todas partes. La mayoría de las flores eran muy pequeñas pero muy bonitas y de colores fuertes. Siempre solía llevar una pequeña lupa en el bolsillo, para apreciarlas bien. Con ella yo descubría un mundo que para nosotros parecía no existir por ser en miniatura. Es increíble lo que nos vamos perdiendo de la Naturaleza... De vez en cuando cogía algunas flores para desecarlas pues desde niña había iniciado una colección que en esos días ya era grande. Por su parte, mi primo llevaba unos catalejos y a veces nos deteníamos al sonido de algún pájaro para luego buscarlo y observarlo.
Y de esta manera, paso a paso, nos acercábamos a la zona donde queríamos llegar para merendar. Ambrosio traía la merienda en su mochila. Nuestra idea era tomar el refrigerio, descansar un poco y volver al lugar donde estaba nuestra familia.
Vimos un merendero donde había varias mesas de piedra. Estábamos a punto de llegar a una de las mesas para sentarnos, cuando nos dimos cuenta de que un toro se nos acercaba.
Solía haber mucho ganado por aquella zona, sobre todo vacas y algún toro semental. Este año parecía ser muy prolífico para las vacas pues tenían muchas crías. No era para menos, al ver al toro que venía hacia nosotros...
El toro íba acortando distancia pausadamente, con paso firme y elegante y no le dimos importancia pero de pronto empezó a andar más deprisa y se nos acercaba con gran rapidez.
Era un toro singular y llamaba mucho la atención. Era de color blanco, muy grande y musculoso. Al parecer, se había fijado en nosotros y se acercaba presuroso. La distancia con él era prudente todavía pero el toro, sin llegar a correr, estaba cada vez mucho más cerca de nosotros.
Mi primo me decía:
- Conserva la calma Jacinta, que no pasa nada. Lo mejor es quedarnos quietos sin hacer movimientos. Si corremos será peor...
Yo, siempre le hacía caso a mi primo, pero miraba al toro que se nos acercaba más y más, con paso ligero, casi corriendo... Al ser tan grande y musculoso no creo que pudiera venir más deprisa.
Cuando yo oí la palabra "correr" de boca de Ambrosio y aunque el me estuviera diciendo lo contrario, fue precisamente lo que yo hice: correr...
Y mientras lo hacia le gritaba a Ambrosio, que se quedó quieto:
- ¡Corre Ambrosio, corre, no te quedes quieto, corre!
Mientras yo gritaba como una posesa, me dirigí hacia unos árboles que había cerca y me encaramé a uno de ellos. No sé cómo lo hice pues siempre me han dado mucho miedo las alturas. El caso es que me encontré sentada en una de las ramas altas de un hermoso árbol frondoso. Me llevé una gran sorpresa al comprobar que Ambrosio estaba quieto donde lo dejé y el toro ya se le acercaba...
Le grité y grité pero ya era tarde, tenía encima el toro...
Cuando el toro estaba cerca de Ambrosio aminoró el paso, se le acercó con calma y cuando lo tenía frente a frente, agachó la cabeza para que se la acariciara... Ambrosio con cuidado sacó un trozo de pan de la mochila y se la acercó. El toro muy manso comió de su mano y frotó su morro en el pecho de Ambrosio.
Yo, que no me había movido del árbol, no salía de mi asombro.
Cuando el toro hubo comido el pan que le ofrecía mi primo, empezó a marcharse tambaleando su enorme cuerpo y no se detuvo ni se giró.
Mi primo respiró profundamente y empezó a buscarme y gritar mi nombre. Yo que estaba muda de asombro, finalmente le respondí gritando también y le pedí que me ayudara a bajar del árbol. Subir, ya había subido, pero la idea de bajar era otra cosa pues me daba mucho miedo.
Ambrosio me explicó que al toro le gustaba mucho que le acariciase e hiciese carantoñas. Al asegurarse de que el toro era pacífico me llamó pero yo no bajé del árbol, así que no insistió más. Yo prefería estar en las ramas del árbol que arriesgarme con un animal de tal envergadura.
Por supuesto, no nos quedamos a merendar, temíamos que corriese la voz en la manada de vacas sobre lo bien que acariciaba mi primo y viniesen al galope a por su ración...
Le pregunté a mi primo por qué no había corrido conmigo y me explicó que se había quedado paralizado. Esto me extrañó pues mi primo siempre era un chico muy seguro y decidido y luego al paso de los años fue un hombre ejemplar.
Mientras caminábamos hacia el lugar donde se encontraba nuestra familia, fuimos merendando lo que llevábamos en las mochilas y hablamos poco de lo sucedido. Los dos prometimos que no contaríamos la reacción de mi primo porque iba a ser motivo de chanzas innecesarias entre los primos y amigos. Esto lo he cumplido hasta ahora y te lo cuento pues ya no importa, porque mi primo falleció hace tres años y el resto de parientes tampoco están.
Llegamos antes de tiempo de vuelta y al vernos mi ama se sorprendió. Les contamos que habíamos visto un toro enorme y la prudencia nos había hecho volver enseguida. La tía Rufina riéndose nos explicó que aquel era un semental que anduvo de feria en feria y había ganado muchos premios. Que ahora, ya retirado, pastaba libre y tranquilamente viviendo lo mejor posible la vida. Que estaba muy acostumbrado con las personas y cuando veía gente se emocionaba y se les acercaba a saludarles.
Ambrosio y yo nos miramos muy serios pues aunque era cierto, el susto no nos lo quitaba nadie."
Se reía Jacinta con ganas y después de unos segundos de silencio, preguntó a Karmentxu:
- ¿Qué te ha parecido nuestro nuevo amigo Bartolo?
Karmentxu la miró con cara de asombro y le dijo:
- ¡Pero todavía no me has hablado de Bartolo!.
Jacinta río a carcajadas,
- Karmentxu, es que Bartolo era el toro, lo llamábamos así cuando hablábamos de él...
Ahora reían las dos mujeres a carcajadas, allí, sentadas en el banco del parque, mientras la gente les miraba preguntándose qué podría ser tan divertido.
¿Qué harías tú si te encontrases con Bartolo cara a cara? ;-D
Desde hace tiempo he querido que Jacinta fuese independiente y lo he pasado a un blog propio, cambiando el título.
Para consultas de este capítulo original, (como el resto) se encuentra registrado en:
Beautiful blog
ResponderEliminarThank you very much for your words.
EliminarI wish you the best
¡Qué buena contadora de historias eres, Amaia! En vez de leer, he tenido la sensación que estaba escuchando a Jacinta contándome lo que les había pasado a su primo y a ella cuando conocieron a Bartolo.
ResponderEliminar¡¡Muchísimas gracias por tus palabras María Pilar!! Abrazo grande
EliminarMe recomendaron que viniera a leerte. Pues aquí estoy. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias y muy bienvenida. Abrazo
EliminarHola, Amaia... me encantó la historia, muiy divertida y con tintes frescos. Me gusta tu estilo. Gracias.... y adelante con la escritura.
ResponderEliminarMuchas gracias Olivier. Abrazo
EliminarExcelente gracias
ResponderEliminarHermoso viaje y enamorado de Jacinta... gracias por tu inspiración
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias y bienvenido!!
EliminarAl finnnn estoy aquí con Jacinta, con Amaia y con Bartolo ☺️☺️☺️. Todo pinta para tener deseos de estar con Jacinta en todas sus correrías.
ResponderEliminarAmaia, me encanta lo que haces. Te has construído un mundo maravilloso y lo que escribes es siempre muy lindo. Gracias!
Muchísimas gracias Maty, me anima mucho. Abrazo grande
EliminarUna historia sencilla y divertida.
ResponderEliminarBartolo es un encanto, jeje.
Besitos, Amaia.
Carmen, muchas gracias por tus palabras. Abrazo.
EliminarPrecioso relato!! 😉 yo me subiría al árbol 😂😂 Saludos! 🙋♂️🙋♀️
ResponderEliminarJa ja ja, Muchas gracias por tus palabras. Abrazo.
EliminarEs una historia divertida que me recuerda a otra que me pasó estando con un familiar también en medio del campo. Paseábamos tan tranquilos y de repente un toro mugió y echó a correr sin freno alcanzando nuestra posición. Mi acompañante y yo buscábamos a la desesperada un lugar donde guarecernos pero fue en vano. El animalito finalmente encontró lo que buscaba o reclamaba: la atención de una vaca que cortejaba...
ResponderEliminarQué buenos relatos nos traes, Amaia. Leerlos es un siempre un placer.
Saludos.
¡¡Ja ja ja, qué bueno!! Vosotros no le importábais al toro, ¡¡era la vaca!! ja ja ja
EliminarMuchas gracias por tus palabras. Abrazo.